Un barrio anclado en el tiempo
Pablo Martín Diez. // Miles de turistas abarrotan las calles que, un siglo atrás, ocupaban los más humildes de Buenos Aires y también los heroicos bomberos voluntarios que salvaron de las llamas a las casitas de colores que ahora protagonizan las fotos de los alumnos del MAICOP.
La ilusión lo puede todo, a pesar de haber madrugado, nadie parecía acusar el cansancio del viaje o el sobre esfuerzo de la noche anterior, especialmente destacable en algunos casos honorables. Entre risas, abrazos y fotos llegamos al templo del fútbol argentino: la Bombonera, el estadio del Boca. Si respiras hondo casi puedes oler el fútbol y si escuchas atentamente casi puedes oír el eco de los cánticos de la afición durante el último partido.
Habíamos desayunado estupendamente tan sólo un par de horas antes, pero el aroma de los choripán hipnotizó a algunos maicoperos y la parada es obligada; de hecho, Kike está tan entusiasmado que no puede esperar más y le pregunta al camarero: “¿puedo coger el choripán ya?”, a lo que el camarero respondió: “vale, pero ten cuidado no tengas chorizitos”. Tras reponer fuerzas cogemos, perdón, tomamos un taxi hasta el barrio de San Telmo, donde visitamos un mercado que se extiende por varias plazas y calles… unos cinco kilómetros de mercadillo. Eso sí, a pesar de la abundancia de puestos, Pedro no tuvo problemas en comprarse un cinturón en cada tenderete dedicado a las prendas de cuero.
Palermo. Ese era el plan para la tarde, pero un móvil lo cambió todo. Estábamos en el parque de Recoletos disfrutando del sol, la música y la comida cuando de pronto Pablo encontró un móvil en medio del gentío. Ante la imposibilidad de contactar con el dueño porque el teléfono carecía de saldo, seguimos avanzando hacia Palermo. La siguiente parada fue el Museo Nacional de Bellas Artes, que para asombro nuestro tenía la espectacular estatua del Doríforo de Policleto, cedida durante un mes por el Museo de Nápoles. En este viaje encuentras todo lo que esperas, pero no esperas todo lo que te encuentras. Tras la visita, cuando nos disponíamos a regresar al hotel, sonó el móvil.
Quedamos con los dueños a la puerta del museo, “tardo dos minutos”, pero por fortuna fueron casi treinta. Los maicoperos desplegaron toda su imaginación y arte para convertir la espera en un momento inolvidable: cánticos, saltos, saludos al bus turístico para atraer los flashes de sus cámaras y risas, sobre todo, risas. Por fin llegó el dueño del móvil, habíamos hecho la buena acción del día y el destino nos lo premió con una sonrisa. Sin duda, el mejor día del viaje, al menos hasta que empiece el próximo día.
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