Último vuelo
Juan Medina. // Coordinador Académico
Llegó la hora de regresar. Último avión, último billete... El final del viaje de MAICOP suele ser un momento de tristeza contenida. Las horas previas al último despegue se viven entre la nostalgia y el cansancio acumulado de todo un mes de periplo. Algunas caras serias, algunas fotos y muchos recuerdos desperdigados sobre el suelo de un aeropuerto, entre maletas y bolsos.
De pronto una voz empieza a llamar a los grupos. Primero el Priority Access, luego los demás. Los alumnos miran en ese instante sus tarjetas de embarque. “¿Qué asiento te ha tocado?”, “¿Qué número tienes?”... Igual que al principio, en el primer vuelo, cuando emprendieron la aventura rumbo a Buenos Aires. Entonces no lo sabían, pero además de las clases, las visitas, los ponentes y las recepciones, el viaje les deparaba más de una sorpresa.
Porque MAICOP no son sólo las charlas con los consultores profesionales; ni las recepciones en las instituciones y centros de poder, ni siquiera las reuniones con los diplomáticos, congresistas o senadores. El viaje de MAICOP supone una experiencia mucho más enriquecedora.
Llega el momento de subir al último avión y, como quien no quiere la cosa, el cansancio va dejando paso a los recuerdos y a las experiencias vividas: las horas eternas de risas e historias en la habitación del compañero; las infinitas comidas y sabores; la cultura, la gente conocida, el olor de las ciudades, los momentos históricos que, de manera imprevista, asaltaron por el camino... La política aquí y allá, con sus pliegues, sus resquicios y sus puntos de vista.
Vamos a despegar. A lo lejos se ve el Downtown de Miami, con sus yates, sus Starbucks y sus coches de lujo. Pronto la vista se perderá desde las alturas. Así pasó en Buenos Aires, cuando la turbina de un boeing aspiró de golpe la brisa de Puerto Madero, el arrullo del tango por San Telmo, el aliento a Cachafaz y el Fernet aquel que bebían en Palermo. Igual pasó en Washington, cuando bastó un golpe de timón en el cielo para dejar de ver el Pentágono y el gigantesco Mall con el Obelisco, el Capitolio y las cien ardillas que viven en el jardín de la Casa Blanca. Nueva York se dibujó en el horizonte poco antes de desaparecer entre las vías de un tren nocturno, como en las películas, con un skyline de postal lleno de rascacielos iluminados recortando la noche.
El viaje de la cuarta edición de MAICOP llega a su fin cruzando el Atlántico. No tardarán en quedarse dormidos. Cuando despierten sentirán por un segundo que han salido de un sueño. Llevarán consigo para siempre una aventura con un grupo de compañeros que, de pronto, se han convertido en amigos. Atesorarán cada segundo vivido y cada milla viajada. Porque el Viaje de MAICOP es más que un viaje; porque los que tomaron el primer vuelo ya no son los mismos; y porque, de alguna manera -que me lo digan a mí- es una experiencia que te cambia la vida.
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